Montar el equipo de “tiburón” comenzó con las habituales reescrituras del guión. El tratamiento del autor del libro no le gustó a Spealberg. Pasó por varias manos, incluidas las de un premio Pulitzcer, que solucionaron algunos problemas, pero al final tuvo tantos “padres” que ni la genética sería capaz de ordenar semejante paternidad.

Spielberg no quería estrellas que le complicaran el trabajo, y además sostenía que «Quería actores más o menos anónimos para que la gente creyese que lo que ocurría le pasaba a personas como usted y yo. Las estrellas siempre traen un montón de recuerdos, y a veces esos recuerdos pueden, al menos en los primeros diez minutos de la película, echar a perder la historia.»

Se resistió cuando el estudio le sugirió a Charlton Heston y Jan Michael Vincent, dos hombres que encajaban en la idea de Universal de cómo debían ser los actores «de mandíbula cuadrada» que encarnasen a los héroes de una epopeya del hombre contra el mar, pues así imaginaban Tiburón los ejecutivos de los estudios.

Como Coppola, también seleccionó a todos los aficionados que pudo, actores a los que podía costarles un poco aprenderse la letra pero que tenían el aspecto de normalidad anónima que buscaba. Zanuck y Brown le sugirieron a Robert Shaw, que ya había demostrado que era capaz de hacer un “duro” en “El golpe”. Richard Dreyfuss era por entonces un actor en ciernes que tenía fama de “sobón”, y de que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón un trozo de papel amarillo muy manoseado con los nombres de todos los directores de casting que alguna vez lo habían rechazado. No le gustaba el papel porque le parecía que sólo salía para dar información, como si fuera un presentador de documental. Pero al verse en la película que acababa de rodar, le pareció tan mala su interpretación que rogó a Spealberg que le contratara. Ha recordado el comienzo de aquel rodaje:

“Empezamos a rodar sin guión, sin reparto y sin tiburón.»

 

Spealberg no sabía mucho de tiburones. Pensó que sería suficiente con contratar a algún especialista, a un «domador de tiburones», para que un gran tiburón blanco hiciera las piruetas de un delfín amaestrado. Cuando le llevaron a ver la alternativa, se encontró con un falo gris del tamaño de un submarino, de unos ocho metros de largo, con remiendos en el costado. Prácticamente todos los que lo vieron, tuvieron que ser convencidos de que la dimensión la había dado el ictiólogo que les asesoraba.

Spealberg estaba empeñado en filmar en mar abierto, y el Estudio en que lo hiciera en un estanque. Steven no creía que el pedazo de polietileno, madera de balsa y acero pudiera a asustar a nadie a menos que el público se tragase que era real. Nadie había filmado nunca en el océano con una barcaza y un tiburón mecánico. Tampoco tenían mucha idea de cómo se vería en una gran pantalla lo que estaban filmando.

Al tercer día, uno de los tres tiburones se hundió, y el equipo empezó a llamar a la película “Flaws”, (Fallos). Al visionar las primeras pruebas vieron que al tiburón, se le ponían los ojos bizcos, y no podía cerrar bien las mandíbulas. El rodaje se suspendió varias veces para reparar los tiburones; los retrasos iban acumulándose. Era un éxito si se podía terminar una toma por la mañana y otra por la tarde.

La duración presupuestada era de diez semanas y tres millones y medio de dólares. Ya se habían superado esas cifras cuando llegó el 30 de junio, y se triplicaron las tarifas hoteleras por la temporada alta.

El ambiente de rodaje tampoco era bueno. La revista Time realizó un reportaje donde Shaw mostraba que aquella no le parecía una gran película, «Tiburón no era una novela... Era una historia escrita por un comité, una perfecta mierda.». Dreyfuss remató diciendo que creía que la película terminaría siendo el «bodrio del año».